Tras salvarse de un coma diabético, Das Kompater despertó con un hambre feroz y dado que el "Café de la Parroquia" tenía una deuda pendiente, Zottacko y Das Kompater decidieron cobrarla.
Los "jóvenes" armados de valor y mucha azúcar en la sangre tomaron el camino rumbo al mal
Los "jóvenes" armados de valor y mucha azúcar en la sangre tomaron el camino rumbo al mal
ecón.
Aparcaron sus vehículos en el poste más cercano y ocuparon una mesa en el susodicho café antes de las 7:30 AM.
Zottacko desayunó:
Aparcaron sus vehículos en el poste más cercano y ocuparon una mesa en el susodicho café antes de las 7:30 AM.
Zottacko desayunó:
- Plato volador (Sándwich de jamón, queso y algo más prensado y doradito.
- Café Lechero
Mientras que el menú mañanero fue para Das Kompater:
- Bomba (pan dulce “concha” con frijoles queso).
- Pachola de guanábana (helado de guanábana batido con leche)
Mención aparte merece el "postre":
- Jai Alai (helado de vainilla, flan, crema, mermelada de queso con un panqué y grosella).
Mientras disfrutaban de sus alimentos, observaron que un par de ciclistas cruzaba frente a ellos, rumbo a San Juan de Ulúa. Lugar al que pensaban acudir, pues al ser martes, estaría abierto al público.
Con una mirada tipo hollywoodense acordaron engullir sus alimentos cual boas, pagar la cuenta correr a buscar a los ciclistas.
Sin embargo, el mal servicio del lugar les impidió hacerlo con prontitud.
Así que la idea de alcanzarlos se desvaneció.
La siguiente opción fue: buscar un cajero o ATM.
Pero para su sorpresa, al salir se encontraron a los ciclistas. Eduardo y Emmanuel, dos ciclomontañistas de Boca del Río que religiosamente toman sus vehículos cada fin de semana y entre semana, cuando se puede.
Con sus bicicletas como cartas de recomendación, los ciclistas ejercieron una especie de ritual similar al de los perros que para reconocerse huelen sus partes, los deportistas dedicaron unos minutos para apreciar sus vehículos.
Seguían en ese proceso cuando decidieron acudir a Boca de Río. El cielo, aún triste, lloró mientras los cuatro ciclistas, a veces en una fila y a veces en dos, marchaban por el puerto semidormido.
Conforme se fueron conociendo, fuero también uniendo sus fuerzas contra el viento matutino que desde el Sur soplaba.
Cuando ya llevaban más de la mitad del camino recorrido, apenas comenzaban las presentaciones, que de formales no tuvieron nada. Apenas el nombre de pila.
Al poco rato, la lluvia se intensificó pero poco les importaba, pues lejos de estorbar, les refrescó.
En un paisaje extraño, como aquél relato de "Dama de noche", con el clima que te hace sudar aunque solo esté uno echado a la sombra, los ciclistas surcaron el asfalto cubierto por una delgada capa de agua, mientras una leve llovizna poco a poco se les unió en la ropa.
Tan metidos estaban en su andar que ni cuenta se dieron de haber llegado a "Boca del Río". Y como tal, estaba inundado.
No se trataba de encharcamientos ligeros, sino de riachuelos que cubrían de pared a pared el suelo.
En un punto, Zottacko siguió a "Trek-uel" mientras que Das Kompater seguía a "Specializ-edu" y cada uno tomó rumbos distintos.
En eso estaba, cuando Specializ-edu surcando la banqueta viró a la derecha pero muy cerrado a la esquina y Das Kompater por no querer caerse o rasparse con la esquina, abrió un poco más su giro. Pero al hacerlo encontró una coladera abierta con su llanta delantera y por fuerza de gravedad, cayó en semejante agujero.
En incidente no llegó a mayores proporciones que las de haber tenido el susto de su vida y un leve raspón en la rodilla.
Das Kompater se subió denuevo a su vehículo y retomó el camino, por donde creyó que sus compañeros habían pasado, pero al querer ver la hora en el velocímetro, se dio cuenta de que este se había caído con el golpe.
Así que volvió sobre sus pasos sin muchas esperanzas de volver a ver el aparato. Pero cual sería su sospresa al ver flotando en círculos, sobre el vórtice el pequeño velocímetro.
Al volver sobre el camino andado, recorrieron el centro del minúsculo poblado donde todos se conocen.
La vida en este lugar parecía tan apasible como el correr del agua, que sin mucho afán sigue su eterno camino hacia el mar.
De vuelta a la ciudad, los cuatro ciclistas intercambiaron sonrisas, felices de haber realizado una buena acción.
Das Kompater aún no se logra explicar cómo es posible que un simple vehículo extienda tan fuertes lazos fraternales con quienes de otro modo, serían simples extraños.
Con un abrazo y buenos deseos, los ciclistas se despidieron, no sin antes tomarse la foto del recuerdo.
Ya en la ciudad, Das Kompater y Zottacko regresaron al hotel para darse un baño y saldar sus deudas.
Al salir, Das Kompater deseó sacar provecho de sus "dotes" de periodista y conseguir un buen lugar para comer.
Pero la mala actitud hospitalaria de la recepcionista le quitó las ganas de insistir. Con decir que, la chica ofendió sus deseos de comida local con una propuesta que más parecía mentada: "aquí delante hay un McDonald's".
Semejante grosería para un amante de la comida es inaudito. Sin embargo, Das Kompater hizo oídos sordos y decidió junto con Zottacko encaminarse a la terminal de autobuses y si por casualidad algo decente se cruza frente a ellos... Hacer la respectiva escala.
No había alcanzado a pasar 3 ó 4 cuadras cuando dierón con el lugar perfecto. Justo en la esquina de S. Pérez Abascal y el Blvd. Manuel Ávila Camacho, encontraron el lugar ideal.
Una empanada de Mililla para compartir y sendos filetes especiales (filete de pescado, relleno de mariscos, bañados en salsa de vino blanco y mantequilla). De beber, una jarra de limonada, de esas que sí quitan la sed.
Con la panza llenita, los ciclistas se dirigieron a la terminal de autobuses rebozante de gente. Turistas que decidieron hacer puente esperaron hasta el último momento para comprar el boleto de regreso a sus ciudades.
Por obvias razones, las carreteras hacia el DF se volvieron estacionamientos improvisados y en lugar de llegar a las 8 ó 9 de la noche, arribaron a la terminal de Taxqueña cerca de las 11pm.
Das Kompater, un poco cansado de tanto trajín se recostó un poco en el asiento, para descansar los ojos. Pero apenas sintió que se acomodaba cuando ya se encontraba en el centro de Cuahunahuac.
En cuanto llegaron, sacaron las bicicletas de la cajuela y se prepararon para dirigirse a sus respectivos domicilios. Sin embargo, un pequeño detalle les impedía salir: La bicicleta de Zottacko se resistía a recibir su llanta delantera.
Tras batallar más de 30 minútos encontraron el problema y la solución. Pero, ahora el mayor problema radicaba en el tremendo aguacero que caía sobre la ciudad.
Los impermeables y rompevientos que durante todo el trayecto sólo pasearon ahora era su única defensa de la intemperie. Sin embargo, en el caso de Das Kompater no fue de gran ayuda.
Con las calles de la ciudad hechas ríos, los compañeros de viaje circularon como fantasmas en un pueblo desierto. Sus siluetas apenas distinguibles se anunciaban con luces tintilantes al frente y detrás de sus vehículos. Con la esperanza de ser vistos antes de que fuera demasiado tarde.
La lluvia refrescante selló el viaje. Les ensució la ropa y se les coló hasta lo más profundo; pero en su rostro seguía la sonrisa de haber cumplido con el reto de recorrer 160 kilómetros en 4 días. De haber conocido seres angelicales que sin ningún interés les brindaron la mano, ya sea para darles un consejo, ponerlos en la dirección correcta o alimentar sus cuerpos.
Así concluyó el puente de las fiestas patrias. Felices de ser mexicanos y de descubrir sus secretos abordo de sus bicicletas.